Kiru reconoció enseguida la escuela quemada. Un edificio enorme, que en otros tiempos había sido un lugar importante para el barrio, albergando a cientos de niños. Claramente construido en otra época más lujosa, quedaba ahora destartalado, mugriento y ennegrecido por el humo, con la maleza creciendo entre las paredes y cubriéndolo entero. Kiru se preguntó por qué no habrían construido otra escuela para sustituirla.
Más adelante estaba Jink, de pie, parado frente a la puerta de su casa, buscando una llave que parecía no encontrar. Kiru giró la cabeza hacia el otro lado de la calle y vio una pequeña casa cuidada, recién pintada de azul, con las luces encendidas. Era seguramente la casa de la abuela del consejero. A su lado derecho, la casa abandonada que había mencionado Jink, tan triste como el colegio quemado o incluso más. La casa parecía haber sufrido un derrumbamiento, las columnas yacían tumbadas entre muchos escombros y suciedad, bloqueando el acceso. El sitio no parecía muy alentador, si de verdad era el correcto. Kiru dudó. Tal vez se había equivocado después de todo.
Esperó a que Jink entrase a su casa y cerrase la puerta, antes de adentrarse en la calle. En silencio, pasó por delante de la escuela y se situó junto de espaldas a la casa de Jink. Observó la casa de enfrente, abandonada, pero imponente de todas formas. Derrumbada y en la oscuridad, nada parecía moverse en su interior. Las hojas de los árbustos que se habían comido el jardín delantero se movían con el viento. Miró la ventana del piso superior, la que Jink había mencionado en su historia. Escuchó. Buscó el Eco.
La luna de Gathelic, capítulo V.